Si la moral originada en las religiones es siempre exclusivista y totalizante, exigiendo además obediencia a los creyentes, una moral capaz de mejorar la vida y de facilitar el desarrollo, incluso con aspiración de ser universal, no necesita de orígenes divinos y todo ser humano puede comprenderla en mayor o en menor medida sin acudir a ninguna "verdade revelada". Es más, desde el ateísmo se ha critica la moral religiosa, siempre absolutista, entendida como una verdad con mayúsculas, cuando en su nombre se han producido los mayores crímenes a lo largo de la historia; el ateo siempre considerará la moral religiosa como sospechosa, ya que detrás se encuentra la imposición y las mayores aberraciones hacia los no creyentes, por lo que acaba convirtiéndose en un instrumento de poder. Frente a los que consideran que una moral sin dios no puede darse, la lógica hace pensar que la humanidad, en los albores de su existencia, empezó a dar contenido a las normas morales y potenció así los instintos constructivos del ser humano; en caso contrario, no habríamos llegado hasta aquí. Con el devenir de la historia, la ideia de dios se fue haciendo innecesaria, por lo que una ética puramente humana, basada en la convivencia social, la justicia y la fraternidad, enemiga de todo dogmatismo, puede exigir un mayor compromiso con lo real. La creencia religiosa surge de debilidades y angustias humanas, muy comprensibles, pero son infinitamente más aceptables una incredulidad fundada en el esfuerzo por buscar la verdad, sin engaño alguno, y una moral fraterna, sin excusas sobrenaturales ni trascendentes. En esta línea, hay que recordar a Bertrand Russel cuando habla igualmente de renunciar al dogmatismo y adoptar la duda racional en todo ámbito humano; desde su punto de vista, ello ayudaría a erradicar los grandes males del mundo, ya que sin posiciones absolutistas resulta francamente difícil no considerar la gran responsabilidad que tenemos con el prójimo.
As falsas previsões proféticas apenas têm o poder sobre aqueles que foram condicionados a crer sem base na evidência e sobre aqueles segundo o nível de instrução é espantosamente carente de teoria materialista. É como se um rei arcaico falasse e suas palavras mostrassem como verdadeiras, seja como ordens, bênçãos ou maldições que poderiam fazer acontecer, magicamente, o que elas tendem a demonstrar. Acredita-se por medo a constatação imperativa da profecia paterna que remete ao obscurantismo e ao domínio subjetivo e ao triunfo geográfico ou a "experiência divina" revela o conformismo absoluto que está implícito. Em ambos os casos, a fragilidade dos crentes que concordam sem resistência extrai a crueldade do representante (muitas vezes um semi-letrado) em extrair satisfação, vaidade e dinheiro da ilusão, ou seja, de enriquecer e ganhar poder por meio da mentira.